Bienvenidos

Bienvenid@s a mi blog. Ha sido creado por el mero hecho de querer contar sobre mis sueños, es una especie de diario de aquello que he podido recordar después de despertarme. Además, también compartiré otras experiencias, como reflexiones, historias de mi puño y letra, y otras cosas que ya iré pensando conforme avance este blog.
Aquí comparto mis sueños, algo que es íntimo para muchos, pero que yo he decidido hacerlo público para que me comprendáis y también os comprendáis a vosotros mismos. Quizás, alguno de los que lea el blog se verá nombrado en él, espero que nadie se sienta ofendido porque sólo se trata de eso, de sueños.
Espero que disfrutéis leyendo mi blog tanto como disfruto yo escribiéndolo. Un saludo.

sábado, 2 de febrero de 2013

La resistencia

Los primeros rayos del sol procedentes del alba se colaban a través de los cortinajes de la habitación, formando una fina línea brillante sobre la alfombra de intrincados dibujos que decoraba la habitación. Un gallo cantaba en el corral de la finca que se encontraba colindante a la suya, y con su canto se despertó.

Antonio Di Rosa abrió los ojos totalmente despejado. Aprendió tiempo atrás a mantenerse alerta incluso cuando el sueño se apoderaba de él, y podía despertarse con el más mínimo ruido, alerta a lo que pudiera ser.

 Se levantó, se desperezó y descorrió los cortinajes de su habitación. La habitación era grande y espaciosa con una cama de matrimonio y cuyo único adorno era la alfombra que llevaba allí largo tiempo, no se había estropeado debido a su uso lo que demostraba que era de alta calidad. Se aseó y se puso una ropa de etiqueta mientras bajaba a prepararse el desayuno; tomó un vaso de leche fresca con algunas tostadas y decidió dirigirse a la ciudad lo antes posible.

Salió de la finca familiar, una finca lo suficientemente grande como para que la gente adinerada de la isla de Cerdeña pudiera tenerle cierto respeto, pero que no ostentaba ningún lujo visible ya que Antonio no quería llamar mucho la atención. Lo único lujoso que se atrevía a lucir era su vehículo último modelo, que él mismo conducía ya que no tenía coger.

Subió a su vehículo y se dirigió a Cagliari para hablar de negocios con el señor Castelo. La exportación del vino de Cerdeña estaba teniendo cierto éxito a nivel europeo a pesar de que toda Europa estaba inmersa en la guerra que los nazis habían decidido declarar al resto del mundo. El trabajo de Antonio consistía en conseguir los contratos más jugosos a los peces gordos de la zona para exportar su vino al resto del continente. Es un trabajo que se le daba bastante bien, quizá por el hecho de que Antonio era judío, y de siempre es sabido que a los judíos se le da genial el manejo del dinero.

Esa era la razón por la que Antonio se encontraba siempre alerta e intentaba que la gente no supiera nada de su vida privada. Antonio era hijo del heredero de una rica familia de la isla de Cerdeña, que por amor se casó con una joven judía polaca que trabajaba como sirvienta en la finca donde Antonio residía ahora, y los dos decidieron fugarse hasta Cracovia donde criaron a Antonio bajo la religión judía y viviendo una vida familiar y sencilla hasta que sus padres murieron en un accidente de tren. Antonio dio gracias a que pudieran descansar sin haber descubierto los errores de la guerra y cómo Antonio tuvo que huir a hurtadillas de su país para no ser descubierto por los invasores. Tuvo la suerte de encontrar la herencia que su padre le había dejado y después de sobornar a algunos guardias en la frontera consiguió un pase de tren hasta Nápoles y de allí cogió un barco que le llevó hasta la casa de sus abuelos, una finca que estaba prácticamente en ruinas cuando llegó.

Pensó que aquella experiencia le había servido para algo, debía cambiar su vida y abrir la mente hacia nuevos horizontes, nuevos retos para poder seguir adelante y olvidar ese episodio tan traumático que había resultado sus últimos años de vida. Pero el pasado le gusta perseguirnos y sabía que en Italia no le iba a ser fácil pasar desapercibido en una sociedad donde Mussolini y el fascismo gobernaban con mano dura. Le había resultado llegar hasta la finca debido a su pasaporte italiano, su nombre y que hablaba perfectamente el idioma, cosa que sus padres se habían encargado por si algún día lo necesitara, y de lo cual se lo agradecería eternamente.

Así pues, sabía que no podía rebelarle a nadie de dónde venía, ni su religión, ni nada por el estilo. Había tenido la suerte de que sus abuelos, para no sentir vergüenza por el “crimen” que había cometido su único hijo, mentían diciendo que éste se había casado con una mujer suiza y con la cual vivía a cuerpo de rey. Por lo tanto, ningún vecino de Cagliari se había molestado en averiguar mucho más de este tema. Excepto, eso si, los miembros del partido fascista, que siempre sospechaban de todo aquél que no era oriundo de la zona, y cada dos por tres se presentaban en su finca para hacerle preguntas personales, para intentar averiguar si mentía en algún aspecto y así poder arrestarlo acusado de algún cargo por el que pudiera ser un peligro para la gloriosa nación italiana. O peor aún, podían mandarlo de vuelta a Polonia donde sabía que le esperaría un campo de concentración. Por eso, Antonio siempre estaba alerta, siempre interpretaba su papel lo mejor posible, incluso ensayaba delante del espejo las posibles expresiones faciales que pudieran revelar su mentira, pues no quería dejar nada al azar.

Después de visitar al señor Castelo y tratar sobre el negocio que los dos llevaban entre manos, Antonio decidió relajarse un poco y dar una vuelta por la ciudad de Cagliari. La finca familiar se encontraba a tan sólo 5 kilómetros de la ciudad, pero estaba los suficientemente lejos como para no soportar el bullicio de la gente al pasar, el ruido de los coches y otras cosas que haría que una persona siempre estuviera estresada y de mal humor. En cambio, él vivía en medio del campo rodeado de viñedos que él administraba a propietarios como el señor Castelo, y de cuya producción obtenía un buen pellizco, lo que le permitía vivir con cierta comodidad aunque no se permitía muchos lujos. Visitó algunas tiendas y se compró un traje nuevo, así como un bombín y otros objetos que le parecieron bonitos.

Una vez realizadas las compras decidió volver a la finca, donde se encontró con unos cuantos trabajadores de los viñedos, algunos de los cuales también tenía contratados a tiempo parcial para que le reformaran su casa, y con los que se llevaba bien, pues era gente simpática y sencilla que no tenía grandes preocupaciones sobre sus hombros. María, la hija de uno de los trabajadores, hacía las veces de doncella del hogar, limpiando a fondo la casa pues a él, aunque nunca le había importado limpiar, sabía que no sería bien visto por la clase elitista de la que quería aparentar en la que vivía, por lo tanto no tenía otra opción que contratar a algunos criados, aunque no los trataba como tal y ellos se sentían muy agradecidos por ello. De hecho, los sábados, el día sagrado para los judíos, los invitaba a cenar para que le contaran anécdotas, y ellos lo hacían de buena gana. Hoy se encontraban a viernes, y se los recordó cuando empezaron a despedirse. Esperaba haberse ganado la confianza de esa gente, quizás los necesitara en alguna ocasión.

Cuando llegó a su casa, el sol ya se ocultaba por el horizonte, y María estaba terminando de limpiar el salón. Él la invitó a una copa de vino, que ella aceptó de buena gana. Charlaron un rato mientras Antonio observaba a la joven con detenimiento, y pensó que estaba empezando a gustarle. Se acordó de la historia de sus padres y pensó que si eso ocurría no sería algo tan malo como pudiera parecer.

La luz del sol era tan tenue que tuvo que encender las lámparas de gas, como era tarde y sabía que María se tenía que marchar a casa la acompañó hasta la puerta, y cuando abrió observó que llegaban un par de coches militares en la lejanía, acompañado de un furgón. Se le puso la piel de gallina mientras le recorría un escalofrío por la columna vertebral, sabía que eso era un mal presagio.

María lo miró preocupada, Antonio le dijo que se fuera por la puerta de atrás para que no la vieran y que se escondiera en su casa, que no corriera ningún peligro. María le lanzó una última mirada llena de confusión y miedo y después se marchó.

Antonio se quedó en la puerta hasta que llegaron los soldados, transcurriendo unos minutos que le parecieron interminables. Les acompañaba un oficial, no sabría decir su rango, que se apeó del coche y se acercó hasta él. Sacó un papel y empezó a leer. Habían descubierto su verdadera procedencia, por lo que como judío polaco que era lo deportarían hasta Polonia donde el Tercer Reich se ocuparía de él. Antonio tragó saliva dolorosamente, intentando impedir que le temblaran las piernas y manteniendo una pose erguida mientras los soldados se acercaban, rifle en mano, para apresarlo y deportarlo. Sabía que si se resistía lo matarían ahí mismo, pero prefería que lo mataran antes de acabar en ese lugar tan horrible, pues todos los rumores que le llegaban hablaban de cosas espantosas.

Se encontraba en tensión y apunto de atacar a esos soldados cuando éstos empezaron a caer entre espasmos. Estaba tan sorprendido que no se daba cuenta que eran disparos hasta unos segundos después. Los soldados y el oficial se encontraban en el suelo, muertos, y de debajo de sus cuerpos empezaba a aparecer en un charco de sangre. Miró a su izquierda y vio a los trabajadores de los viñedos armados con escopetas. Habían acabado con los soldados. Antonio los miró sorprendido, con los ojos como platos, sin poder articular palabra.

María se adelantó y dijo: “Tranquilo, no dejaremos que hagan daño a uno de nosotros”, y le sonrió.

Antonio se derrumbó en el suelo y empezó a llorar desconsoladamente. Nunca había sentido más alegría en toda su vida.