Bienvenidos

Bienvenid@s a mi blog. Ha sido creado por el mero hecho de querer contar sobre mis sueños, es una especie de diario de aquello que he podido recordar después de despertarme. Además, también compartiré otras experiencias, como reflexiones, historias de mi puño y letra, y otras cosas que ya iré pensando conforme avance este blog.
Aquí comparto mis sueños, algo que es íntimo para muchos, pero que yo he decidido hacerlo público para que me comprendáis y también os comprendáis a vosotros mismos. Quizás, alguno de los que lea el blog se verá nombrado en él, espero que nadie se sienta ofendido porque sólo se trata de eso, de sueños.
Espero que disfrutéis leyendo mi blog tanto como disfruto yo escribiéndolo. Un saludo.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Ojos.

Son las 8:10 de la mañana. Hace unos minutos que me he levantado de la cama y me acabo de dar una ducha fría, como llevo haciendo todas las mañanas desde hace meses. Para despejarme y no pensar. Es lo mejor del día, para engrasar los engranajes de mi cuerpo y de mi mente.

Salgo de la ducha y me lío la toalla alrededor de la cintura. Me acerco al lavabo para afeitarme, como cada mañana, cuando veo algo por el rabillo del ojo. "Buenos días", la saludo, pero no me devuelve el saludo, por supuesto que no.

Es una niña pequeña, de no más de 5 años, con el pelo que le llega hasta los hombros, liso, de color castaño con reflejos rubios. Lleva ropa escolar, con su faldita a cuadros, su chaqueta con el escudo de su colegio privado, y con calcetas de color granate. Su tez es pálida, no sonríe, su boca sólo es una fina linea, demasiado tensa para una niña de su edad, y sus ojos... sus ojos son dos grandes esferas casi exclusivamente negras, excepto una fina línea blanca que las delimita. Y sólo me mira, me mira y no aparta la mirada.

El primer día que se me apareció me dio un susto de muerte. Fue en el mismo espejo en el que ahora mismo me reflejo mientras me afeito tranquilamente. La primera vez me giré presa del pánico y no observé a nadie. Creía que todo era fruto de mi imaginación hasta que unos días más tarde volvió a pasar. Desde entonces, después de todo este tiempo, cada vez se ha aparecido de forma más regular y con tanta frecuencia que ya estoy acostumbrado, no me asusto y la tolero como si fuera algo normal. Aquí me estoy afeitando tranquilamente mientras no para de observarme, ese es su único cometido.

Y lo entiendo perfectamente, entiendo por qué me mira de esa forma. Y no la culpo, realmente la única culpa es mía. Hace ya seis meses que pasó, 180 días que no paro de pensar en lo mismo.

Me dirijo a desayunar. Esta mañana me conformo con un vaso de zumo de naranja y un par de tostadas, tengo una reunión importante. Cojo el coche y me dirijo hacia la autopista, pero a los pocos kilómetros ya empiezan los atascos; no importa, llego con tiempo de sobra al trabajo, no hay prisa. Miro por el retrovisor y veo a la pequeña sentada en el asiento de atrás.

Se llamaba Ann, si no recuerdo mal. Leí su nombre en el periódico al día siguiente. Aquella tarde volvía de casa de Frank de tomarme unas copas y no iba en condiciones realmente para coger el coche. Su casa se encontraba en un residencial, en lo alto de una montaña, rodeada de bosque, un lugar realmente hermoso donde vivir. Recuerdo que iba descendiendo por la montaña por el camino que llevaba a la autopista, para regresar a mi casa, un camino sinuoso y serpenteante en el cual no iba tomando todas las precauciones que debía. Y al trazar una curva me la encontré de frente. A esa pequeña niña, que estaba corriendo, y a la cual me llevé por delante. Sentí cómo el coche le pasaba por encima y frené. Oí un grito, un grito de dolor, un grito de madre. Miré por el retrovisor pero decidí seguir. Huí. Escapé. Fui un cobarde, iba borracho y no pensé con claridad.

Al día siguiente lo leí en los periódicos. La niña había muerto. El coche en el que iba a su casa desde el colegio había sufrido un pinchazo y su madre se había bajado para intentar arreglarlo, mientras ella jugaba con una pelota en la orilla de la carretera. También había sido una imprudencia por parte de la madre dejar que la niña se bajara del coche pero era un intento vano de intentar perdonarme. Lo cierto es que la atropelló, la niña murió en el acto. Aparecía una foto de la pequeña; es la misma niña que veo todos los días reflejada en cualquier espejo, cualquier cristal, cualquier ventana.

La madre no pudo fijarse en la matrícula ni en la marca del coche, y yo lo arreglé ese mismo día evitando cualquier sospecha, pero aunque nadie me culpara no me podía salvar de mi mismo, y de ella. Desde que se me apareció me acusa con sus ojos, con su mirada, con su triste mirada.

La reunión ha terminado y Frank me saludo. Quiere invitarme a unas copas en su casa. Me quedo quieto en el lugar, pálido, y él me pregunta si hay algún problema. Le digo que no hay ninguno, por lo que nos dirigimos a su casa. Después de un par de horas charlando y riendo, decido que ya es hora de volver a casa. Me despido de él y le digo que mañana nos veremos de nuevo en el trabajo.

Como en aquella ocasión, vuelvo a coger el coche algo ebrio. No aprendo. Me encuentro descendiendo por el camino cuando miro por el retrovisor. La niña no se encuentra en el asiento de atrás, como siempre, y eso me extraña. De pronto siento una presencia a mi lado. Giro la cabeza y veo a la niña sentada en el asiento del copiloto. Por primera vez, no se encuentra mirándome, sino que mira al frente.

De repente, gira la cabeza y me mira. Sin cambiar el gesto, se levanta sobre el asiento y agarra el volante. Empieza a hacerlo girar sin que yo pueda hacer nada para remediarlo, aunque parezca imposible, es más fuerte que yo. Dirige el coche fuera de la carretera, atravesando el quitamiedos. Después de eso no hay nada más, no hay tierra, sólo caída, una caída que lleva directamente al mar.

Mientras el sol se esconde entre las olas del mar, yo caigo al agua, y le acompaño en su travesía. Mientras pierdo el conocimiento giro la cabeza y la niña está sentada junto a mi. Me mira de nuevo, pero esta vez no hay tristeza en su cara. Hay dibujada una enorme sonrisa. Después de eso, todo se vuelve oscuridad.

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